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domingo, enero 29, 2006

Crítica literaria

"EL BESO DEL TIEMPO", de Braulio Llamero
por José Ignacio Martín Benito

“El beso del tiempo"
Premio de narrativa fantástica “Mago Merlín”, 2005. Editorial Celya. Salamanca 2005

Argumento
En el reino de Lasammy, uno de los doce que integran Espera, muere el último de los magos soberbios. Le hereda su nieta, una joven llamada Lena Blandárame-Shaya, que tratará de impedir que el emperador Clesadeyo franquée la entrada de la Caverna de la Simple Verdad, donde el pueblo cree que se encuentra el don de la inmortalidad. Un joven, Ordasio, general del imperio, será, sin embargo, el primero en traspasarla...
Las claves de la novela
1. El espacio
Algunas claves, como en toda buena novela, no se descubren hasta llegar al final. Es el caso de la identificación de Espera con Europa. Confieso que, como lector, me inquietaba poder identificar la referencia física a los lugares fabulados por el escritor. Lo intenté con los reinos de Espera, el espacio político donde transcurre la acción. Una geografía variada de paraísos perdidos unidos bajo la espada de un emperador. Esos “paraísos”, esos doce reinos de Espera, a mí me recordaban las doce comarcas de la provincia de Zamora. Incluso, el propio nombre del reino me sugirió también la “larga espera” de una provincia dormida, en manos de un gobierno largo y añejo, mientras los hordos esperan pacientemente el desmoronamiento del poder imperial. Hasta busqué posibles semejanzas físicas en el mapa inicial que acompaña a la novela. Sólo cuando hablé con el autor se me aclararon las dudas. Él se había imaginado el territorio pensando en Europa, en un momento en el que se se estaba construyendo su futuro, tras la incorporación de España y Portugal. De ahí los doce reinos -por los doce países- Pero esto es lo que tiene la fabulación, pues -como a mí me sucedió- cualquier espacio -de ahora y siempre- se puede ubicar en el tiempo de la memoria y en el presente.
2. Semuret
Sólo cuando se lo comenté al escritor –antes de terminar la lectura de la novela- me contestó diciendo que era una casualidad y que él, no había caído en la cuenta de la coincidencia del número de los distintos reinos de Espera con las comarcas zamoranas. Sí me confesó que el nombre de la capital del reino de Lasammy –Samhara- próxima a la montaña Al-Waia, donde se halla la Caverna de la Simple Verdad, estaba inspirado en la provincia de Zamora.
3. Apocalipsis
La idea de los veinticuatro ancianos, cuyos rostros petrificados se encuentra Ordasio (uno de los protagonistas) en la Caverna es también muy sugerente. Yo encontré aquí reminiscencias o inspiraciones apocalípticas, de cualquier tímpano románico, donde sus caras o “máscaras” pétreas desafían el tiempo y, también, los “besos” de la erosión y de otras inclemencias.
4. El mito de la caverna
Hay mucho de filosofía en la novela. Y no sólo por la reflexión del paso del tiempo, o de la caducidad de los bienes mundanos y el intento del hombre por prolongar la memoria. Subyace también la idea platónica del mito de la Caverna, sólo que a la inversa. En la Caverna de Platón, los que la habitan ven las formas y las sombras del mundo exterior y, a su modo, las interpretan. En la Caverna de la Simple Verdad, creada por Llamero, son los de fuera los que quieren entrar para buscar la respuesta y prolongar su vida. Y, al final, lo hacen, aunque eso suponga un riesgo.
5. Lo mesiánico. La mujer. La madre
Un riesgo que, en cualquier caso, asume íntegramente un hombre –en este caso una mujer- y que se carga a sus espaldas, como un nuevo “Mesías” la culpa o atrevimiento de los que han roto el pacto y han desafiado el destino. Guiño este a la Mujer (con mayúsculas), de Llamero, a la mesiánica Lena Blandárame-Shaya. Y es que, hay algo de matriarcado –no sé si consciente- en la novela, tanto en la figura de la maga soberbia, como en la emperatriz Sesbania. El homenaje a la mujer, a la madre, está bien anclado: “Y qué decir de la que siempre le amó como sólo aman las madres? ¿Acaso su madre, aquella a la que él había dado tal nombre, podía fingir la caricia y el beso que nacen del corazón?" (pág. 51).
6. El olvido: otra forma de morir
“El beso del tiempo” es también una reivindicación de recuperar la memoria y, a la vez, quizás por eso, del retorno. Volver la mirada al recuerdo, a la infancia, de nuevo a la madre: “Y los guerreros se transformaron en náufragos indefensos, aunque dichosos, de una oleada tras otra de amor maternal, de suspiros de antaño, de esperanzas perdidas” (pág. 65). Cuando leí este párrafo no pude por menos de evocar, por asociación, el episodio que cuenta Estrabón en su “Geografía”, al referirse a los keltikoí y tourdoúloi, según el cual, al cruzar el río Limia (Léthes) los soldados desertaron. Léthes significa en griego olvido. Los soldados se resistían a pasar al otro lado, porque temían que al pasar a la otra orilla perderían la memoria y se olvidarían de sus madres y esposas. Y es que Lete, el Olvido, es hija de Éride (la Discordia) y madre de las Gracias. Lete dio nombre a la Fuente del Olvido, situada en los Infiernos, de la que bebían los muertos para olvidar su vida terrestre. Y es que hay otra forma de morir, y es olvidando. Se intuye que ese será también, a la postre, el destino de la última maga soberbia, condenada a una casi eterna juventud por acumular las edades de la osada multitud que se atrevió a desafiar el tiempo antiguo.
Pero volviendo al “naufragio” los soldados, a la pérdida del valor, a la vuelta a la infancia, a la madre, a la esposa o a la novia. ¿Qué poder tiene el recuerdo y, sobre todo, la nostalgia? También en “Soldados de Salamina”, la novela de J. Cercas, el miliciano encañona pero desiste de disparar contra Sánchez Mazas y se aferra al fúsil, como si fuera una novia, bailando “Suspiros de España”.
7. El héroe y su origen sagrado
La novela de Llamero entronca también con la mitología de los grandes héroes. Ordasio encarna la heroicidad, a la manera de los que inauguraron un nuevo tiempo, como Rómulo y Remo, como Moisés, como Sargón de Acad, a los que, antes de iniciar su misión, les será desvelado su origen noble, que entronca con lo sagrado. Ordasio es el hijo del gran sacerdote y Rómulo y Remo lo eran del Dios Marte y de la vestal Rea Silvia. Ordasio, como los hermanos del Tíber, será entregado a una familia adoptiva. Sólo el “oráculo”, la maga soberbia, le desvelará su origen.
8. La duda
Pero aquí surge, también, la duda hamletiana:
“¿Quién soy?. ¿El hijo de un sacerdote Supremo asesinado por el emperador o el de un modesto artesano del cuero?” (pág. 51).
9. El paso del tiempo. Los riesgos de la inmortalidad
El final es toda una reflexión sobre el paso del tiempo. El hombre siempre ha procurado prolongar su vida o su memoria. El ser humano busca afanosamente la longevidad y, cuando también esta se consume, intenta intervenir y perdurar en el tiempo a través del recuerdo. Es otra manera de sobrevivir. Por eso me parece muy interesante la aportación que Llamero hace al final, planteando que la inmortalidad puede ser una maldición o un alto peaje que hay que pagar. El paso del tiempo, pues, es la imagen de esos relojes doblados de Dalí. Persiste la memoria, sí, pero también esta se consume, se derrite...
10. “Vencido por la edad”
En algunos pasajes del final de la novela he saboreado o, mejor, evocado a uno de mis escritores preferidos: don Francisco de Quevedo. Cuando leíen la página 161: “el día en que vencido por la edad...” me vinieron a la memoria, como un resorte, los versos del soneto “Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuertes ya desmoronados...”, sobre todo los versos del último terceto cuando Quevedo escribe: “Vencido por la edad, dejé mi espada”, que se complementa también cuando Llamero escribe más abajo: “vencido por el dolor y doblegado por la vejez”; y Quevedo, de nuevo: “mi báculo más corvo y menos fuerte”.
11. El retiro
De algún modo Ordasio se retira a la manera quevedesca “vencido por la edad”, cansado, como el propio César de Europa (Espera) -Carlos V- cuando decidió abdicar y dejar la responsabilidad a su hijo Felipe y a su hermano Fernando (cansado de gobernar, cansado de Indias, de guerras y de Imperio, cansado de vivir...). Ordasio se retira al castillo interior como Carlos V se retiró a Yuste. Hay algo también de amores imposibles, el de Ordasio y Lena y es que el amor parece que está reñido con la eterna juventud, con la inmortalidad.
11. Longevidad versus amor
Termina el autor con broche de oro. El colofón me ha recordado a García Márquez en “Cien años de Soledad”. En “El beso del tiempo”, Llamero escribe: “pero nada de ello va a suceder en los siglos que viva porque en el vasto desierto de la longevidad no cabe la explosión del amor, que sólo se condensa en cauces estrechos...”. Y Márquez (cito de memoria): “... porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.
12. Las sombras de “Espera”
Yo he dicho a Llamero que la novela puede ser el inicio de una saga; que deja una puerta abierta, no en la colina, que ha cerrado, sino en la marcha de los sombríos, que siempre pueden retornar. Y le añadía: ¡Dios nos libre!, si lo hacen, que sea sólo en la literatura, que, en la realidad, Europa (Espera) no puede seguir “esperando” eternamente.
13. Otras claves: el poder y la ambición
Pero en la novela hay también lugar para preguntarse por el poder y su administración (pág. 95) y si este debe descansar en buscar el amor de un pueblo, en el respeto o en temor. Pero también hay lugar para la ambición, la del propio emperador Clesadeyo y de la misma emperatriz Sebasnia.
14. La torre de marfil o el castillo interior
La novela es una búsqueda permanente: de la inmortalidad, sí, pero también de la libertad, donde hay lugar para la creación de castillos interiores (pág. 134), auténticas torres de marfil, inexpugnables, desde las que se ve pasar lentamente el tiempo. Referencias también a dioses caprichosos, al destino y a la metáfora del junto: “quien no acierta a doblegar su destino no es para mí sino un dócil junco sometido al capricho del viento” (pág. 136).
En suma, una novela que no deja a nadie indiferente. Al contrario, una novela para adentrarse en ella, como en una gruta, no para buscar la “Verdad” por muy “simple” que sea, sino más bien para encontrar incógnitas.

Fotos: Arriba, Llamero firmando ejemplares de su novela en Benavente y en el transcurso del acto. Abajo, cubierta de "El beso del tiempo".